23 de julio de 2016

Du hast


Esa noche fuimos a una fiesta invitados por un conocido de negocios de Marcelo. Ni bien entramos a la opulente mansión de las lomas sanisidrenses me sentí incómoda y fuera de lugar. Más aún, sentí que un extraño odio y malestar nacía en mi vientre. No sabía cuál era el motivo preciso, si la exhibida riqueza innecesaria o las caras extrañas y recelosas que volteaban a observarme a mi paso, pero lo cierto es que el enojo se apoderaba de mi cuerpo.

Intenté dominar mis impulsos y así sonreí forzada a cada uno de los ilustres burgueses que Marcelo me presentaba a cada decena de pasos. La noche transcurría dentro de parámetros normales y yo estaba satisfecha con el dominio que estaba logrando ejercer sobre mi cerebro que me pedía imperiosamenre sangre. Parecía que estaba transformándome en la protagonista de un cuento de vampiros, aunque en realidad no quería saciar una sed sanguinaria sino golpear fuerte y repetidamente al primero que cruzara delante mío.

Pero en un momento sentí que no podría aguanter el impulso, me excusé y fui rápido al baño. Me encerré y viajé instantáneamente a mi cerebro. La oscuridad cubría absolutamente todo. No era sólo visual, podía tocarla, sentir su espesor, la densidad negra del odio que dominaba y cubría por completo mi desértica mente.

También oí un silencio ensordecedor que estremeció cada uno de mis átomos. Hacía calor, un calor insoportable pese a ser una noche de invierno pero dentro de mi cerebro las cosas ardían. En vez de sentirme incómoda o aterrada en ese ambiente donde era imposible respirar sin sofocarse, abracé la rabia que ya dominaba mis partículas y cedí a la furia incontrolable del odio.

No tengo idea cuánto tiempo estuve en el baño pero varios golpes en la puerta me arrancaron violentamente del ensueño de fuego y destrucción. Me sentí ultrajada, quería salir a matar. El ostracismo mental que me protegía acababa de ser violado en el momento de mayor aversión en mis venas.

Me incorporé furiosa, abrí la puerta con una violencia inusitada y vi el rostro desencajado de Marcelo que me observaba aterrado. Embestí contra mi... ¿mi qué? ¿Qué mierda es mío? Iracunda, lo empujé con todo el odio acumulado durante una existencia desaparecida y él, sorprendido, retrocedió sin control y trastabilló cayendo por una escalera que desembocaba en el núcleo de la reunión. Decenas de cabezas giraron para observar la dantesca escena que sucedía ante sus ojos. Mientras, el desprecio hacia todos encauzado en Marcelo, en vez de apaciguarse sólo crecía vertiginosamente brotando por mis manos que ya no parecían pertenecerme y que, como si tuvieran un tema pendiente con Marcelo, tomaron una botella que terminó rompiéndose en su cabeza antes de que alguien pudiera reaccionar para impedírmelo.

Un hilo de sangre brotó de su frente y los alaridos de las señoras de la alta sociedad ocultaron mi propio grito hacia mi víctima: Hijo de puta! Corrí hacia la puerta y salí huyendo de ese espantoso lugar y de algo más.

Huía de mí misma. ¿Quién era realmente yo?

Banda de sonido: Du hast - Rammstein

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